La buena letra by Rafael Chirbes
autor:Rafael Chirbes
La lengua: spa
Format: epub
ISBN: 84-8306-081-7
editor: Debate
publicado: 1992-02-01T05:00:00+00:00
Por la tarde, hemos dado un paseo. Se había comido algunos pasteles y, luego, antes de irse, se sirvió dos copas de anís. Así que le temblaba todo el cuerpo, y en un par de ocasiones hemos tenido que pararnos un rato porque no podía caminar. «Eso es el anís, mujer», le he dicho. Ella se ha echado a llorar. «No, Ana, no. Es la vejez y la soledad.» Me cuesta pensar que esta mujer asustada sea la misma de entonces.
La he acompañado hasta su casa, porque no me atrevía a dejarla sola. La criada ha salido a recibirnos a la puerta de la verja del jardín y la ha cogido del brazo, quitándomela con un gesto rápido, como si me robara algo valioso y no una carga. Ella se ha vuelto y me ha pedido entonces que le preparara un té. Mientras ponía el agua a hervir, pensaba que tiene que resultar agradable cocinar de cara a la cristalera desde la que se ve el jardín. Esta tarde entraban los últimos rayos del sol y doraban las pilas de mármol, los armarios de madera y la colección de impecables electrodomésticos, que deberían servir para un montón de cosas, aunque apenas los utilizan, y que, hoy, parecían tener encomendada la misión de recordarme que ella y yo, aunque cercanas por la vejez, la soledad y el miedo a la muerte, seguimos estando lejos.
La criada ha puesto sobre la mesa de la cocina la bandeja con la tetera, el azucarero, los platitos y las tazas. También tiene que ser bonito contar con unos servicios para el té y otros para el café y con vasos para el agua, copas para el vermut, para el vino blanco, para el tinto y para los aguardientes. No sé si valen tanto como lo que ella ha pagado. Es una armonía que, además de que ya se le ha vuelto inútil y sólo sirve para despertar recuerdos, no tiene que poder callarle el desorden de dentro.
Le he pedido a la criada que se retirase porque iba a subir yo misma la bandeja a su habitación, y ha sonreído como si se tratara de un juego entre dos viejas y le hiciésemos un poco de gracia. Es joven. Qué puede saber. He cruzado el salón con la bandeja. Alfombras, cuadros, relojes, vitrinas llenas de plata. Mientras cruzaba entre todos esos objetos caros, he pensado únicamente en que aún puedo llevar una bandeja sin que me tiemble el pulso y subir las escaleras sin tener que buscar el apoyo de la barandilla.
La puerta de la habitación estaba entreabierta y ella se había adormecido en un sofá. He escuchado su respiración fatigada y, en las arrugas de su cara, he visto el naufragio de muchas vidas.
Valverde de Burguillos,
mayo, 1990
Denia, agosto, 1991
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